sábado, mayo 31, 2008

PRIMER TRANCO

Se habla de una política de centro derecha y de una política de centro izquierda; se vive la alternancia de sus respectivos gobiernos. El último gobierno de centroderecha suscitó muchísimas protestas y ha sido derrotado en las últimas elecciones. [Se recuerda que el autor está hablando antes de las elecciones de abril de 2008 con el retorno de Berlusconi. N. del T.]. Con la llegada del gobierno de centroizquierda sucedió otro desastre: las protestas no se acabaron, y los ciudadanos que protestaban durante el gobierno de centroderecha continuaron haciéndolo.

Eso ocurrió porque la izquierda se presentó de manera imperfecta, resignándose a ser centroizquierda, cuando frente a este centroderecha era necesario ser algo más. Se trata de una investigación abierta laicamente a todos –aquellos que no tienen una preeminencia-- con la intención de diseñar un futuro que, junto a la crítica del presente y del pasado, indique las esperanzas que, si se quieren, son ya reales.

Una característica de la irrelevancia de los discursos de hoy es que el interlocutor ya no tiene importancia. La palabra es un compromiso con alguien, hacia alguna cosa. Cuando el interlocutor no es tenido en cuenta o no existe, la palabra se la lleva el viento. En política, tanto en la derecha como en la izquierda, un caso muy frecuente de la desaparición del interlocutor es el llamado pacto de los gobiernos con los gobernados: la concreción de los sujetos importa menos, no se sabe de hecho quién asume los compromisos y no se reconoce la existencia real de a quiénes se dirigen.

Pienso mucho en las palabras de la política, en su capacidad o incapacidad de comunicar. Y pienso en el carácter plural de estas palabras, en la multiplicidad de sus significados e, incluso, en las contradicciones que creen recoger. Sólo leyendo sus internas contradicciones y polaridades conseguimos entenderlas.

La palabra “trabajo”, por ejemplo, me ha acompañado una gran parte de mi vida: me he ocupado del trabajo humano y de su organización. Cuando era organizador sindical me parecía claro que el desarrollo, el crecimiento general de la economía era una necesidad para seguir adelante y, al mismo tiempo, una raíz de dificultad e infelicidad. Las dos cosas –avanzar y sufrir-- han ido juntas. Cada día se puede seguir, en la RAI Radio 1, el programa Pianeta dimenticato que describe los sufrimientos humanos y la voluntad humana de crecer. Aconsejo seguir ese programa. Tengo una amiga, Marinella Gramaglia, que fue a la India para ayudar a un sindicato de mujeres, que todavía no está reconocido, abandonando en Italia cargos políticos muy importantes.

Durante mi vida, el trabajo no ha sido solamente erogación de fatiga, energías y tiempo. Sino el punto de partida de una línea política, de una voluntad general de cambio. Hoy, aquel punto de partida sobre el terreno político, parece descolorido e incluso desaparecido: los trabajos son infinitos, uno distinto de otro y no parecen constituir el terreno propicio para un diálogo homogéneo. A veces, un carácter aparentemente homogéneo parece venir del precariado, pero también hay muchas maneras de ser precario. Junto al precariado, y a la visible dificultad de afrontarlo, está la inmigración en su doble forma: de un lado, es una enorme recurso, a partir de su diversidad; y, de otro lado, representa una notable complejidad.

Existen ulteriores términos de posible diálogo con la idea de hacer aflorar nuevos interlocutores y sus reivindicaciones. Baste pensar en el eterno cambio de los perfiles profesionales que comporta reconsiderar la posible relación con las profesiones históricas y con los sindicatos; después en el inmenso campo del trabajo femenino, todavía por explorar, y además en las diversas formas de tiempo de trabajo.

Toda la historia del sindicalismo está hecha de conquistas y renuncias. Las conquistas han sido con frecuencia más de dignidad que de libertad.