Yo continúo creyendo en una orientación política: el trabajo siempre estuvo ligado al saber, a la formación de una capacidad de moverse hacia el futuro, a la formación permanente en todas las edades de la vida y en todos los tiempos. Para comprender nuestro tiempo tenemos necesidad de un punto de partida, y si ese punto no es el trabajo... ¿qué diablos puede ser?
Pienso en la palabra estelar. Por ejemplo, en “radical”. Yo soy radical porque creo y espero que el mundo cambie y elimine violencias e injusticias. Pero también soy un radical diferente porque quisiera participar en la eliminación de las violencias y de las injusticias; no quisiera actuar sin participar: por eso pienso que soy autónomo. Confieso que siempre he creído ser autónomo, pero no estoy seguro de ello.
Otra palabra de gran uso en la política es “cambio”. Es una voz que puede asumir muchos significados, y según el significado que le atribuyo, que me arriesgo a encontrar, se abren diversos horizontes. Puedo pensar en una pequeña reforma o en una gran revolución: la elección del significado puede ser decisiva. Me viene a la cabeza El antiguo régimen y la Revolución, de Tocqueville, cuando en agosto de 1789 los franceses unificaron los estados proclamando la Asamblea Nacional. En aquel momento sintieron que habían dado un paso decisivo para la humanidad y tuvieron una sensación maravillosa. Esta maravilla era el significado de la revolución que posteriormente hemos olvidado.
Siento una repugnancia orgánica a repensar el pasado en los términos de la fijación de la memoria. Saber repensar el pasado, no para reproducirlo sino mirando hacia hoy, eso sí. Ahora bien, si yo repienso un pasado vivo, mi recuerdo se orienta fatalmente hacia un importante elemento que es la autonomía, la idea de un radicalismo que consiste no en la anticipación de los hechos, pensando que los realizarán otros, sino en la participación, en ser sujetos activos de la transformación. Yo pienso en una transformación de la sociedad sólo si siento que puedo formar parte. Esta es la forma que considero posible como modelo de futuro. La palabra “autonomía” ha presidido mi juventud. La crítica al viejo liberalismo, cuando yo era joven, se hacía en nombre de la autonomía. La democracia liberal, con sus instituciones, en las que yo creía firmemente, la sentía como una imposición, como algo en lo que no había participado. La autonomía significaba participar en la transformación, querer cambiar la sociedad, desear crear un espacio para quien no lo tiene, pero estando dentro, sin esperar que el problema lo resuelva otro.
Jóvenes y pueblos se rebelan. Es justo. El deseo de lo diferente, de radicalidad y de ruptura no se puede eliminar. Sentimos el deseo de romper, sentimos el deseo de cambiar (y lo siente incluso quien cree que va a continuar viviendo tranquilo), pero no acertamos a definir el sistema de cambio y sus modalidades. Durante mi vida he intentado varias veces perseguir el cambio.
En mis escritos sobre el movimiento obrero inglés de principios del siglo XX he contado los intentos de construir un nuevo socialismo libertario con instrumentos de acción directa: los consejos. Constaté que no era posible definir, en un único sistema los obreros ingleses y toda la experiencia consejista. De hecho se continuó hablando de los consejos, pero sólo por arriba, por ejemplo, las nacionalizaciones y de los consejos de base (en primer lugar, los consejos de fábrica). Porque cuando se construye un sistema, inmediatamente el sistema sigue una línea diferente, que incluso llega a discriminar su interior, se convierte en elitista o corporativo: se convierte en otra cosa, que es la negación del objetivo de la investigación, la negación de la liberación. A continuación creo que siempre hay que luchar por el cambio, sabiendo que no se llega, que no se puede llegar: si se llega es que hay un fallo.
Si yo fuese religioso creería en la posibilidad de cambiar algo, cambiar para tener un sistema diferente, un sistema de justicia sin discriminación, violencia o arbitrariedad. Pero no soy religioso. En cualquier sistema del que formemos parte será recomenzando con una lucha. Ello me exige una orientación, una finalidad en la lucha. Para mí, la orientación es precisamente el ansia de cambio.