viernes, mayo 30, 2008

DECIMO TRANCO


La palabra “ejemplo” es la más importante. Hay ejemplos buenos y ejemplos malos. Uno malo es aquel que dice: yo soy rico, vosotros podéis haceros ricos como yo.

Todos saben perfectamente que no es verdad, que no es posible. Porque si cualquiera se hace rico, lo consigue a expensas de los demás; así hay poco que hacer. Ese ejemplo es, a mi juicio, degradante, y si durara excesivamente producirá una pérdida de identidad; es decir, una pérdida de sentirse parte del mundo.

Ya se ha dado una mutación antropológica. Yo tuve esperanza en el gobierno de centroizquierda. Cuando se concretó tuve, y todavía la conservo, una sincera amargura, viendo la increíble carrera hacia los cargos. Es decir, hacia el dinero. De esta manera, además, pareció muy fácil que algunos se arrepintieran de haber sido comunistas, sin explicar por qué...

Hay ejemplos positivos en Europa. Pienso en la resistencia contra la cultura americana de la guerra preventiva, en la reivindicación de la pluralidad de las decisiones. Precisamente, en virtud de esta pluralidad de las decisiones, Europa no ha ofendido a nadie, no ha atacado a nadie. Sencillamente ha reivindicado para todos –y no sólo para unos cuantos-- una igualdad de trato en las cuestiones de carácter político general.

La lucha por la paz, la lucha de masas por la paz en los países europeos y no europeos ha tenido ese preciso carácter, aunque no homogéneo, de propuesta de convivencia. Pero se puede decir, de todas formas, que los movimientos por la paz no han vencido. Sin embargo, cuando el 1º de Mayo de 2003, el Presidente de los Estados Unidos pronunció de manera gloriosa a bordo del portaviones Lincoln que “se había acabado la guerra y nosotros gobernaremos el mundo, los demás que se jodan, el destino es nuestro porque somos los más fuertes”, no se daba cuenta de que, pocos meses después, empezó el pantano en Irak, del que todavía no ha salido.

La idea de la fuerza es prevalente, domina por doquier. América gana la guerra, por así decirlo, porque cuenta con una fuerza cien veces superior a la del “enemigo”. Se trata de una victoria ante todo miserable, y todavía no está en condiciones de gestionar alguna cosa y necesita al mundo.

Los valores políticos no se pueden enseñar: es necesario vivirlos. Yo puedo vivir el deseo de alimentar los valores, de creer en las cosas superiores, sobre todo en los momentos en que se oye un lenguaje político vulgar, banal como el de hoy día. Es necesario algo emotivo que supere el presente, la banalidad. Pero no puedo enseñarlo. Sólo puedo plantear que cada cual piense en lo que hace. Si uno piensa en lo que hace, está pensando en los demás. Si no piensa en lo que hace, y sólo en sí mismo, vivirá tal como piensa, y así se llega a la degradación de los valores políticos. El renacimiento de estos valores es posible sólo si cada cual mira sus propios pasos, piensa en lo que hace; es decir, a quien beneficia y a quien perjudica. En esa dirección, los valores renacen mediante la experiencia. En suma, hay que pensar en si mismo, pero con los demás.

Yo no creo que se pueda enseñar a pensar al resto del mundo. Pero pensar en sí mismo, junto a los demás, es el único modo de reconstruir los llamados valores políticos, que no se rehacen con prédicas. Por eso soy un poco escéptico sobre el lenguaje de los valores que oigo por ahí. O sea, sobre la exaltación de los valores: quisiera ver ejemplos porque de ellos es de donde puede salir alguna cosa. La palabra “ejemplo” no se encuentra nunca en la política, pero es una palabra esencial: el ejemplo es la cosa más importante que se puede exigir al político, incluso si después nos da ejemplos negativos.