sábado, mayo 31, 2008

ESTE LIBRO




Vittorio Foa

A principios de siglo, Federica Montevechi y yo mismo, pensamos escribir este libro con un objetivo que nos parecía ambicioso. Estábamos profundamente impresionados por la degradación del lenguaje político de aquel periodo, al que por brevedad –y con una cierta intencionalidad política— llamamos el tiempo de Berlusconi, aunque también era el nuestro. En política se hablaba sin ton ni son y las palabras no tenían peso, sobre todo las del gobierno. Si se podía decir sólo lo que convenía, ¿qué significado podía tener el esfuerzo por el futuro? Federica y yo nos propusimos analizar los motivos de esa degradación y, si nos era posible, indicar las vías de salida. Nuestro punto de partida parecía simple: ¿por qué las palabras de la política aparecían privadas de sentido?
Más tarde me di cuenta de que la empresa estaba por encima de nuestras fuerzas, y supe de mi inadecuación y estuve tentado a renunciar. Tras largas reflexiones –viendo, además, que la degradación del lenguaje político no era sobre todo un fenómeno momentáneo— encontramos un punto de acuerdo: que cada uno de los dos escribiera sobre lo que conoce y después veríamos qué sale de todo ello. Por mi parte hice lo que siempre practiqué durante toda mi vida: hablar, más o menos, de las cosas que me interesan.
El escrito de Federica presenta dos argumentos muy importantes. En el primero se diferencia la política del ejemplo de la política de oficio; en el segundo se sostiene que la política de oficio, hoy totalmente desvalorizada, está siendo repensada y definida. Ello significa que el oficio, también en este ámbito, es importante y se tiene en cuenta. Lo que representa indagar.
En mis páginas, las palabras de la política permanecen como telón de fondo. Algunas de ellas, como más adelante explicaré, me han acompañado a lo largo de los años: durante un tiempo he pensado que la política estaba vacía, ya que sus palabras eran vacías. Más tarde, repensando en la infinidad de palabras usadas a lo largo del transcurso de mi vida, me aparecieron importantes diferencias. Muchos de mis discursos estaban substancialmente vacíos y las palabras servían para recordar a mi auditorio cómo era yo o cómo creía ser. Cuando pronunciaba estos discursos me tenía la impresión de que no estaba enseñando nada a nadie y de no aprender nada. En otros momentos, sin embargo, tuve la impresión de que mis palabras trasmitían algo, me parecía verlo en los ojos de mis interlocutores. Yo buscaba comprender y hacerme entender. En este caso la política era investigación; era sentirme junto a los demás. Tal vez la degradación de la política y de sus palabras está especialmente en la forma de actuar, pensando que se está solo y en el pensar sólo en sí mismo.
He ahí que cuando un muchacho me pregunta qué quiere decir la política, la única pobre respuesta que soy capaz de darle es pensar en los demás: lo otro sólo da sentido a nuestra identidad.