lunes, mayo 12, 2008

DECIMOCUARTO TRANCO


Quiero hablar sobre cuestiones políticas inmediatas. Asistimos al fin de una experiencia que vulgarmente se llama berlusconismo. Puede ocurrir que se agote totalmente o puede que no. No repito las críticas; me limito sólo a recalcar que el elemento dominante de su quehacer político era la riqueza como ejemplo. En el pasado más reciente hay muchas cosas importantes, no sólo sucias que están desapareciendo. Pero entiendo que algo no desaparecerá fácilmente porque está dentro de todos nosotros y nos infecta. Tenemos un gran interés en reflexionar sobre ello.

Continuamente me hago esta pregunta: ¿qué se mantendrá en pie del pasado berlusconismo? Esta es mi respuesta: que todo se reduce al presente. Utilizo una palabra inadecuada, “presentismo”; es decir, la incapacidad de orientar la percepción propia hacia el tiempo futuro e, incluso, al pasado en los recuerdos: fuera de la inmediatez del presente. Todo interesa si se trata del presente. No nos planteamos, como problema, lo que será; y lo que ha sido se recuerda de manera simplificada, y en mi opinión de modo impropio e inadecuado. Obviamente la percepción del tiempo futuro presenta diversas características en la percepción del pasado. Pero ambas percepciones están hermanadas por una simplificación: una inmediatez cuyo único objetivo es el presente.

¿En qué medida se puede proponer no solamente repensar el pasado de manera esquemática sino sobre todo mirar al futuro de una manera compleja? Por ejemplo, rechazando medir las mayorías sobre criterios étnicos y religiosos –unos criterios que están en la base de las guerras y exterminios-- y restableciendo los derechos humanos. He ahí, esto es lo más difícil, aunque está en el centro de los problemas de hoy.

Durante mucho tiempo creí que era un hombre que sólo se interesaba por el futuro, esto es, por el cambio. Con el paso de los años me he dado cuenta de la importancia de pensar en el pasado, y me he encontrado naturalmente en la dificultad de saber elegir el pasado de referencia. Porque existen muchos pasados y alguno que otro se presta a disputa. En todo caso, el pasado siempre me pareció una condición para entender el presente y el futuro.

Los debates siempre han sido necesarios, incluso entre las memorias de tiempos muy recientes y cercanos entre ellos: estos últimos ofrecen una contribución extraordinaria a la comprensión del presente. Baste pensar en la disputa entre las diversas memorias populares de 1914, en varios países europeos, sobre cómo se ganó la guerra y la memoria colectiva europea de 1918 para estabilizar la paz. E incluso en la disputa sobre la memoria de 1941, al principio de la solución final de los judíos y el de la Shoah a finales de los setenta cuando todos sabían o creían saber de qué se estaba hablando.