sábado, mayo 31, 2008

SEXTO TRANCO


Las fotografías del pasado nos muestran también grandes manifestaciones, demostraciones de fuerza del sindicato con centenares de miles de personas. Yo no creo especialmente en estas formas de lucha, pero no quiero condenarlas con arrogancia. Ya tengo una cierta edad y respeto mi pasado, incluso cuando dudo que se pueda reproponer para hoy. En todo caso, me creo obligado a indicar un objetivo para el futuro: trabajar por la unidad. Trabajar por la unidad, sabiendo que somos diferentes, sin pretender ser iguales y respetando las diferencias que están en la base del progreso humano.

La pura lucha económica es una lucha por mejorar las cosas, pero no la vivo como una lucha por el cambio. Cuando la lucha económica consigue mejorar algo de mi vida –y no sólo mi situación contingente, más allá del momento— y la de mis hijos, mis nietos y mis semejantes, entonces sí puedo hablar de cambio. La lucha sindical que mejora mi salario o mis condiciones de trabajo no cambia el mundo. Quiero recalcar que la lucha sindical vale sólo cuando tiene un objetivo político. Por ese motivo he estudiado a los ingleses de principios del siglo XX. Me gustaba que desde la fábrica incidieran en la sociedad. Pero, después, cuando se pusieron a construir algo se dieron cuenta que habían trabajado para otros. No perdieron. Simplemente habían trabajado para la socialdemocracia, que era otra cosa.

La experiencia consejista italiana ha sido importante; pienso, en primer lugar, en los consejos de fábrica y también en mi experiencia en el trabajo sindical. Se ha hablado mucho de los consejos, en el siglo pasado, como de una experiencia de la que salían muchas visiones del trabajo con un efecto inmediato, aunque no relacionadas con criterios de representación. Los trabajadores decidían, antes que sus representantes –ya fueran los partidos o los sindicatos—dieran su aprobación. Recuerdo, relacionado con ello, las experiencias, con mucha iniciativa, de Escocia, en 1915 y posteriormente las inglesas de 1917. Pero, con relación a los consejos, aquella experiencia fue un equívoco. En mi memoria estas experiencias se han visto --como democracia directa— sólo a finales de los sesenta, en el tiempo de la unidad sindical de los metalúrgicos, en los tiempos de Bruno Trentin.

Los consejos de los años veinte, sin embargo, no fueron una experiencia de democracia directa, y se interpretaron incluso bajo el perfil del conflicto interno en el partido socialista entre comunistas y socialdemócratas. Los consejos, de los que están repletos los relatos del nacimiento del Partido comunista, tanto en Italia como en Alemania y Rusia, son en mi opinión inventos llenos de propaganda.