sábado, mayo 31, 2008

SEPTIMO TRANCO


Cuando era joven me ocupé del movimiento de la lucha popular de los fasci siciliani de 1890: fue importante estudiarlo. Era un intento de nuevo socialismo; un socialismo diferenciado cuyo protagonismo no era exactamente la clase sino todos, y cada cual encontraba en sí mismo una razón convivencial de su propia vida, cualquiera que fuese. Fue una experiencia breve, destruida violentamente porque era una gran experiencia de libertad...

La memoria es selectiva. Hoy está castigada y al servicio de la política. Frente a un estropicio moral, civil y social lo más importante es el reconocimiento: hay que reconocer el estropicio porque, en caso contrario, perjudica dos veces. Era reconocimiento lo que Gandhi exigía; y lo que se planteaba en los procesos del apartheid, que permitió la reconciliación de Nelson Mandela. También en Ruanda, me recuerda mi hija Bettina, el genocidio de los tutsi por parte de los hutu, el proceso de reconocimiento se refuerza; y también en aquellos casos cuyo contexto político es desfavorable a las víctimas: piénsese en Bosnia y, particularmente, en Sbrenica donde el reconocimiento es todavía más difícil.

La memoria ayuda a pensar, y creo que es necesario pensar. Se debe pensar en los hechos de uno mismo: ¿por qué he hecho tal cosa, cómo me muevo, cómo se mueven mis semejantes, mis amigos e incluso mis adversarios? La memoria estimula a pensar y ayuda a plantear preguntas; las preguntas son la cosa más importante. La pregunta sobre el futuro que me hago continuamente está provocada por la memoria. Cuando yo tenía veinte años, si me hubieran preguntado cómo me imaginaba que serían las personas dentro de mil años, me hubiera divertido con la ciencia ficción y la fantasía histórica proyectando sobre el futuro los cambios que tenía a mis espaldas, los que estaban en mis recuerdos personales y en la memoria histórica. Para un joven de hoy día la pregunta es imposible: preguntarse ahora cómo será el ser humano dentro de miles de años no tiene ningún sentido.

¿Qué quiere decir simplificar el pasado? Elegir el recuerdo que te conviene y no someter nunca a juicio el contexto; el contexto real y el de las infinitas posibilidades que había para encontrar diversas soluciones. En ese sentido hay un problema que me intriga: tengo un recuerdo bastante preciso de la experiencia de un personaje, de un actor, que intentaba desdoblarse. De un lado, luchaba por la defensa de sus ideas; por el otro lado, simultáneamente y casi cambiando de personalidad, buscaba las reglas del juego. Intentaba de esa manera gobernar su propio tiempo de un modo diferente; actuaba en términos inmediatos, es decir, buscando la conveniencia que se presentaba, y a la par se convertía en una persona que discutía las reglas de la convivencia. El discurso de la convivencia parecía distinto al discurso inmediato de la conveniencia, consiguiendo vivir conjuntamente los dos momentos.

Sobre la capacidad de gobernar su propio tiempo de una manera diversa –sobre todo en lo atinente al futuro— me pareció, retrocediendo a algunos episodios del pasado, que se trataba de dos experiencias muy positivas, aquellas del personaje en cuestión. La primera es la Asamblea constituyente. Como ya he explicado en otras ocasiones, pasábamos la mitad del día discutiendo de política, y aunque la asamblea no tenía ningún poder político pues era el Ejecutivo quien decidía sobre todo, nosotros intentábamos contrastar la política del ejecutivo en la Cámara. Esas discusiones las teníamos por la mañana con encontronazos violentísimos, con profundas laceraciones entre nosotros. Por la tarde discutíamos las reglas, y todo cambiaba: nuestras cabezas parecían otra cosa, pensábamos en otra cosa. El resultado fue que la Constitución se aprobó por una amplísima mayoría por la gente que por la mañana discutía animadamente de otras cosas, incluso fuera de sí, rabiosamente.

La otra experiencia se refiere a un periodo muy discutido del siglo pasado y es particularmente interesante en el plano historiográfico: el llamado periodo badogliano, poco después de la caída de Mussolini. Entonces fue cuando se fijó una política absurda de gestión de Italia, llena de incertidumbres, de fugas y de cambios frente a los alemanes. De fugas y cambios ante los aliados. Y fue, entonces, cuando los partidos, que pensaban de manera muy diferente, se encontraron de improviso con que tenían que hacerse cargo del futuro.

Reunidos en los comités regionales –y posteriormente en el comité de la Alta Italia-- nos encontrábamos discutiendo sobre el futuro de la manera más franca y más serena en los sitios más corrientes, como por ejemplo en la cocina de una casa. Muchas cuestiones se resolvieron de ese modo, sin eliminar las diferencias; pensando en las diferencias y, al mismo tiempo, en la forma de superarlas, buscando reglas. Muchos han hablado del periodo badogliano como si fuera el fin de la patria, cuando era justamente lo contrario.